Este cuerpo que es mío, que habito con tanta familiaridad, que me tiene a veces tan contento y otras temblando de miedo, está tirado boca arriba, sobre un tapete en el suelo.
Estoy frente a él. Bueno, me encuentro dentro, en cualquier lugar donde resida la conciencia -si es que la conciencia es sedentaria y reside en algún lugar establecido-; o tal vez viajo con ella, como nómada, que de tanto estar en todas partes, siente que no está en ninguna, o que siempre está en la misma.
Por artes de esta inasible propiedad y de la imaginación, puedo pararme sobre la punta de los dedos de mis pies, y tirarme desde esa altura hacia el abismo de mis tobillos, pasando por las uñas, el empeine, el arco, el talón y luego caminar por la pantorrilla, recorrer la pierna y bifurcarme en esos músculos que llamamos gemelos hasta la corva. Visitar la rodilla y seguir mi recorrido por el muslo, esa parte larga y ancha de la pierna que se extiende hasta los glúteos. Ahí puedo observar cómo éstos se aplastan sobre el piso, cómo el peso de mi cuerpo descansa en ellos. Darme cuenta de si están contraídos o he podido relajarlos.
Paseo por mi sexo, percibo su temperatura. Sigo por el vientre, veo mi ombligo y dejo que me vea a su vez. Continúo por el abdomen. Siento mis órganos internos, escucho mi cólon, mi intestino delgado, mi estómago del lado izquierdo, un poco escondido bajo las costillas, mi hígado del otro lado, el páncreas, la vesícula. Estoy cerca del diafragma. Paso por los riñones, me detengo un poco a ver cómo están mis glándulas suprarrenales y las veo contentas. Subo a los pulmones. Me extiendo hacia derecha e izquierda hasta donde dan las puntas de los dedos de mis manos. Vuelvo por el antebrazo, el codo, el brazo y el hombro para subir al cuello. Escalo mi babilla, la relajo y sigo un doble camino por ambos lados de mi cara hasta las orejas. Doy vueltas sobre el pabellón auricular. Salto un poquito y llego a la nariz, por donde pasa y se entibia el aire en cada lenta y profunda respiración, manteniendo mi cuerpo relajado.
Voy al entrecejo. Advierto si está relajado o tenso. Ahora voy a los ojos. Siento cómo los cubre esa piel delicada que les cae encima con sus barbas que llamamos pestañas. Siento mis cejas, mi frente y mi cuero cabelludo. Me resbalo sobre los mechones de mi pelo. Siento el calor de mis ideas y de los sueños que se están horneando bajo el cráneo.
Entro en mi cerebro. Soy tan pequeñito que me salvo de chocar con una neurona. Me tiro al río de las arterias y me dejo llevar rápidamente hacia todas partes. Voy rumbo a los pies nuevamente. Cambio de carril y vuelvo en una vena al mar del corazón, de donde salgo con muchos encargos para la cabeza.
Ahora estoy en paz. Tranquilo. He vuelto de pasear sobre el paseo que soy yo mismo. Estoy maravillado de mi propia maravilla. He tocado lugares distantes que se encuentran a micras de distancia. Me incorporo. Bostezo. Me sé porque mi boca sabe. Trago saliva y me alimento. Respiro aire y me alimento. Digo Ah, y me alimento. Muevo mis pies, mis brazos. Abro los ojos y el mundo es mi alimento. Soy yo mismo. Estoy en mí y soy parte de todo.
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