Una vez que se comprende el sentido práctico de sentarse de chinito a contar las respiraciones y cultivar ese estado de atención que hace del ser el centro del huracán mientras la vida pasa sin juicio a nuestro alrededor, nadar, cantar, bailar, caminar o realizar cualquier otra actividad puede convertirse en pretexto para meditar.
¿Por qué no, entonces, probar el beso, como el “safú oriental” donde sentarse a transmutar las ansias de la frustración en serenidad, o hacer de su murmullo un mantram de saliva que uno repite para abrir espacios en la conciencia del presente?
Cerrar los ojos durante el beso es probablemente una de las evasiones más comunes. Y es normal. Los amantes se abstraen a su realidad interna y delegan en esos dos emisarios del ego –los labios- todo un caudal de emociones, sensaciones y deseos que se filtran a través de la imaginación para convertirse en fantasías –compartidas o privadas-, que conforman la gran experiencia erótica.
Idealmente, estos ensueños son mutuos. Si es que no se usa al otro como vehículo de placer en vez de acompañante honorario en el viaje hedónico. Por ello, la práctica del beso puede resultar interesante para los ávidos meditadores, para los que disfrutan del instante y asumen el reto de vivir el presente aún montados en la catapulta de la fantasía más provocadora.
El contacto labio-labio, labio-lengua, lengua-lengua y sus combinaciones accesorias puede ser, al tiempo que un despachador al infinito del campo universal de sensaciones, un ancla para garantizar la presencia constante en el aquí y ahora.
Abordar el beso como una actividad meditativa compartida, permite sincronizar el placer de la pareja, la respiración de los dos, el ritmo cardíaco de uno y otro; y dar voz al contrapunto entre la urgencia y la paz que frisa las fronteras de la piel.
Si se tiene contacto visual, y se descubren los códigos de gemidos y movimientos de cuello propios de cada danza, es probable que la pareja transite por un sendero de sensaciones inéditas, al tiempo que construyen juntos el adoquinado de su silencio trascendente, asociado a una de las actividades más íntimas de sus vidas.
Encontrarse, reconocerse, explorarse, hallarse, acompañarse, morder las cúpulas del campo unificado a través del filtro del amor activo, puede constituir una emocionante manera de aquietar la mente, exaltar los sentidos y vibrar al unísono, permitiendo al organismo estimular la secreción glandular, fortalecer el sistema inmune, llenar de endorfinas el torrente sanguíneo y crear intersticios de tiempo donde la prisa cotidiana no tenga más cabida.
Cada beso, cada encuentro será el resultado de decenas, cientos, miles de instantes en que el ego explotará en pedazos, para conformar el vacío que será colmado por el beso meditativo.
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