La inteligencia
cultural es nuestra capacidad para relacionarnos efectivamente con personas de
otras culturas; es la habilidad para
reconocer, leer y adaptarse a señales culturales, tanto obvias como
imperceptibles, cómodas como extrañas, de manera que tu efectividad no esté
comprometida cuando interactúes con personas de otros países. Cuando hablamos de
cultura no nos referimos sólo a nacionalidades. Si la cultura está compuesta
por los valores, actitudes, creencias y comportamientos compartidos por un
grupo de personas, cuando hablamos de cultura también nos referimos a culturas
organizacionales, profesionales y a otras que nos identifican con los grupos
a los que pertenecemos, por ejemplo, podemos hablar de: cultura “latina”, de
los “contadores” o “futbolistas”.
Todas las culturas
tienen un aspecto visible y uno invisible. Dentro de lo visible podemos
encontrar: nuestro aspecto físico que incluye cómo nos vestimos, cortamos el
pelo, las tradiciones, los símbolos usados en camisetas, los libros que leemos,
la música que escuchamos. Dentro de lo que no es tan visible incluimos los
valores, creencias y perspectivas de la vida y del mundo. Por lo general, la
gente busca relacionarse con personas de las mismas culturas porque comparten
todos estos códigos. El problema se crea cuando nos encontramos con personas de
diferentes culturas, nos cuesta entenderlos y llegamos a menospreciarlos porque
no piensan o actúan como nosotros. La inteligencia cultural nos permite tener
la amplitud, flexibilidad y capacidad para lidiar con estos desafíos en forma
efectiva. Requiere comprender que ninguna cultura es superior, mejor o peor que
otra y que el poder entender las diferencias, aunque no las compartamos, nos
permite coordinar acciones con personas de culturas diferentes para alcanzar
fines en común.
Un profesional o empresario con inteligencia cultural es capaz de
solucionar problemas, tomar decisiones y resolver conflictos de una manera que
optimice las diferencias culturales para generar mejores soluciones
sustentables y creativas.
El primer paso para
desarrollar la inteligencia cultural implica reconocer nuestros valores,
creencias y actitudes y aceptar que aunque son los nuestros no son los únicos
válidos. Hay otras maneras de ver la realidad y en la medida que podamos
entender esas diferencias, vamos a poder relacionarnos con los otros más
efectivamente. En otras palabras, la empatía, o la capacidad de ponernos en los
zapatos del otro, nos permite ser sensibles a las necesidades de otras
personas. En la medida que somos conscientes de nuestros “filtros culturales”,
podemos participar en el ejercicio de explorar maneras alternativas de entender
la realidad y comportarnos sin miedo a “perder” algo al aceptar esas
diferencias. Esto requiere humildad, curiosidad, flexibilidad, capacidad de
estar “presente” a las sutilezas de las diferencias culturales, y disposición
para tomar riesgos y equivocarse en el trayecto para acortar esas distancias
culturales.
Además de las creencias, la inteligencia cultural implica comportamientos
específicos que dan cuenta de esa capacidad para relacionarnos. Nuestra
efectividad en demostrar interés haciendo preguntas y la capacidad de estar
presentes al lenguaje corporal pueden ayudarnos en ese proceso. Es decir, que
el sentirnos cómodos haciendo preguntas que nos permitan entender mejor a los
otros y prestar atención no sólo a lo que se dice sino también a lo que no se
dice o cómo se dice, nos puede dar información útil para entender mejor a
personas que pertenecen a culturas diferentes de las nuestras.
Para poder desarrollar una Inteligencia Cultural efectiva
es necesario:
1. Reconocer el impacto de la cultura: Los comportamientos culturales son señales externas
de valores y creencias profundamente arraigadas que se han construido en una
sociedad a lo largo del tiempo. Entendiendo qué es la cultura, cómo has sido
moldeado por ella y cómo tus valores culturales difieren con personas de otras
partes del mundo, puedes volverte más perceptivo y exitoso en un mercado global
culturalmente diverso.
2. Comprender las raíces culturales propias: Nuestros valores y comportamientos son resultados
de nuestro origen y de lo que hemos sido expuestos desde nuestra más temprana
niñez. Esto es reforzado a lo largo de nuestra vida, comenzando por los cuentos
para niños y los héroes de la juventud. Una completa apreciación de tu propio
perfil cultural te permitirá contemplar la real magnitud de su impacto en tu
conducta
3. Reconocer e interpretar las raíces culturales en
otros: Si
no conoces estas diferencias, muy posiblemente atribuyas un significado donde
no lo hay o pierdas un significado donde sí lo había. De esta manera puedes
reaccionar emocionalmente sintiéndote confundido, enojado o frustrado. El
aspecto importante aquí es que otros sostienen sus valores como incuestionables
verdades al igual que tú los tuyos.
4. Desarrollar estrategias y habilidades de ajuste: El desafío es ajustarse a las diferencias
culturales mientras se permanece auténtico. Desarrollar habilidad cultural no
significa comprometer los valores personales. Significa que reconoces las
señales y adaptas tu comportamiento a ellas. No comprometes los objetivos,
simplemente buscas métodos alternativos culturalmente adaptables para
alcanzarlos.
La urgencia por líderes empresariales culturalmente competentes no
tiene precedente. Gracias a la globalización, Internet y otros avances
tecnológicos, formamos parte de un nuevo mercado global. Simplemente no puede
ser subestimado: Si se ignora y no se sabe cómo manejar activamente la
diversidad cultural global, existirán problemas para triunfar en los negocios.