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domingo, 6 de noviembre de 2011

Vocación por José Manuel Ruiz Regil



“Que todos los hombres

escriben uno y el mismo poema,
el de la humanidad”.
Jorge Luis Borges
Cuando me preguntan que cómo fue que llegué a esto de las terapias complementarias y el trabajo Holístico –yo, que hasta hace unos años tenía algo de publicista, poco más de locutor y una pizca de escritor-, siempre respondo que fue gracias a la poesía. Y quien pregunta no deja de asombrarse, con cierto escepticismo, creyendo mi afirmación una humorada. Nada más cierto. Y compruebo, ¿existe en esta vida algo más complejo, rítmico, armonioso, simbólico, misterioso y bello, que el lenguaje del cuerpo?.
Un primer impulso por inundarme de ese cielo -hablo ya de más de veinte años, es decir cuando estaba en el bachillerato- fue la medicina. Enfrentarme a ese cúmulo de conocimientos científicos en torno a la materia humana me parecía una vía clara que más tarde fue enturbiando precisamente eso, la materia, la institución, el procedimiento, las reglas, los deberes y el culto no a la verdad ni al ser, sino a la actividad, a la ciencia, al sistema.
Otro acercamiento fue el del arte, pues en la expresión creativa fuerte, honesta, está la llama de la transformación, la curación y la expiación. Y fue, principalmente, en el ejercicio de la palabra, en la metáfora, en el juego de sentidos, en las imágenes, que hallé un poder que hasta la fecha me sigue sorprendiendo.
Cada gesto contenido o expresado, toda acción, intención o interpretación de mis pensamientos y sentimientos se encuentra íntimamente ligada a mi fisiología. Mis recuerdos, la forma en que asimilo el mundo externo, repercute indefectiblemente en mi organismo. Este reacciona buscando el equilibrio, la armonía y el reposo, aunque yo insista en maltratarlo.
Es por eso que al entender que la vida es poesía pura, es decir, creación, movimiento, el sentido del trabajo terapéutico cobra una dimensión estética, pues armonía es salud, y salud, belleza; que a su vez justicia, verdad, bondad; amor que todo lo cura, comprensión que todo lo perdona, amistad que todo lo acompaña, fraternidad que me hace hallar una porción de mí en los ojos del otro.
Esa es mi filosofía, hallar señales, encontrar caminos, explorar conexiones en la historia de cada ser y su actual circunstancia; mirarnos como actores en una representación, cuya escenografía es modificada cada tanto, desarrollar el parlamento que escogimos con dignidad y alegría, entender que mi personaje existe solo en función del resto del reparto, y que mi participación oportuna, medida, firme y comprometida da pie al parlamento de otro; y que también hay que hacer mutis, como en el teatro, una de las formas de creación que más se parecen a la vida.
El lenguaje del cuerpo, las formas, sonidos, colores, olores, sueños, intuiciones, e-vocaciones, vierten aquí su carga de siglos, y ofrecen su paleta de matices para continuar creando, resolviendo, evolucionando. Si eso no es poesía, que los bardos de los tiempos conspiren para desarticular los versos que llevamos en la sangre, que hay impresos en la tierra, en el cielo y en el mar, donde celosamente está guardado el magnífico e irrepetible poema de la evolución.

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